Sonidos que van guiando

Catupecu Machu en Teatro Gran Rivadavia

Ir a un teatro con butacas para ver a Catupecu, es algo poco concebible si uno piensa en su discografía, desde un primer disco más crudo, con un nombre (Dale!) que lo acompaña en el sentimiento de que quieras romper todo, hasta un último disco que continúa con ese efecto de descarga pero con tintes más electrónicos, más actual (El Mezcal y la Cobra).

Más allá de su discografía, este encuentro que ha sido catalogado por la misma banda como “Madera Microchip”  va en el cauce de recitales electro-acústicos que vienen haciendo hace un largo rato, y que eligieron plasmar, por primera vez, en este hermoso teatro recuperado del barrio de Floresta, de la Ciudad de Bs As.

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Con avistaje desde las alturas, los ojos se entretienen con la estructura del lugar, con la pareja de adelante que se pelea por la temperatura de la gaseosa y que ingiere pochoclo tras pochoclo, selfie tras selfie, y con una voz en off nos anticipa que está por llegar a lo que vinimos. Se apagan las luces, entra un Fernando Ruiz Díaz en escena en modo stand up y da comienzo al recital. Comienzan la lista con “El grito después”, pasando por “Ritual”, “Viaje del miedo”, “Dialecto” entre otros.

Cada melodía es un mundo nuevo, sonidos que hacen que tu mente divague y te situé en una taberna de la Edad Media, en un salón que se baile flamenco o en un lugar calmo, donde se escuche el correr del agua y sientas que estas debajo de ella.

A lo largo de la extensa noche hubo momentos de interpretaciones en el escenario, desde un unipersonal de Fernando en el instrumento “Hang”, un duelo de guitarras de una canción de Paco de Lucía entre Fernando y Mariano (amigo de la vida), y el canto del tango “Mala suerte” a viva voz de Fernando con guitarras y bajo acompañando.

Macabre, el Búho, el niño Cáceres y Fer van cerrando la noche con “Magia Veneno” que trae de yapa a Lila (hija de Fernando) bailando libre en el escenario a lo que trae como feliz consecuencia la invitación a los niños presentes en el teatro al escenario, acompañado por la potencia de “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” y seguido por fragmentos de canciones hiladas entre sí.

Su música es un método de descarga, es saber que te da el libre permiso de gritar, cantar, bailar, saltar y, cuando el tipo de recital lo permite, chocarte con el de al lado en ese mitigo pogo de “Dale”. Es sentir que cada melodía te transporta y te indica que es por acá, que por ahí vas bien, que ellos te van a acompañar. Eso es Catupecu Machu: personalidad, originalidad, vibración y energía. Simplemente el cambio constante de la música, su música.

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