Simple Plan | Teatro Vorterix | 22.05.2018
Un grupo de ‘ex-adolescentes’ se reúne en la puerta de Vorterix con la ansiedad desbordada en sus caras. Remeras que rezan “Simple Plan”, y algunas de bandas aledañas como “Blink-182” nos avisan que es el lugar que estábamos buscando. Para nuestra sorpresa, el rango de edad ‘+25’ no es el único. También hay algunas caras más jóvenes en la audiencia, no sólo casi treintañeros recordando los dos mil.
Adentro, poco a poco la bandeja principal se va colmando de personas. Sobre los balcones se asoman famélicos de adrenalina los del piso superior. Tal vez sea uno de los primeros recitales donde la espera se hace tan divertida. Suenan clásicos como “The rock show” de Blink, y aparecen sonrisas gigantes mientras se agitan las cabezas. “The anthem” de Good Charlotte se entona con energía, y así un hit tras otro, es aplaudido como si fuera un recital real. Sabemos que las conocemos, estaban en nuestros Mp3, sabemos que esto es lo que necesitábamos.
Merodean ansiosos los fantasmas del pasado. Épocas donde un piercing o un tatuaje no era moneda corriente, donde tener una pc en el cuarto era poder y con Ares nos descargabamos “No Pads, No Helmets… Just Balls”, entre otros, para abstraernos por un rato del mundo que tanto nos afligía. Disco que comenzaba con “I’d Do Anything” tal como lo hacen en Vorterix esta noche.
Pierre nos saluda simpático, intentando de manera muy graciosa hablarnos en español, y la bienvenida es increíble. La gente los esperaba con una alegría inmensurable y no tardaron en aparecer los primeros clavadistas. Siguiendo con el orden de su primer disco, “The Worst Day Ever“ suena en Vorterix, seguido por “You Don’t Mean Anything” y “I’m Just a Kid”. Los franco-canadienses suben y bajan de las tarimas como lo hacían hace 15 años cuando presentaban este primer disco. Su energía y sus voces están intactas.
10 años atrás no teníamos la posibilidad de registrar con nuestros celulares todo un recital, algo que se evidencia enormemente hoy, donde la mayoría de los presentes está con los aparatos sobre sus cabezas. Y pensar que antes sólo los escuchábamos en la soledad de una habitación empapelada con posters de revistas.
Pierre tiene un ‘9’ en su espalda, como si fuera una camiseta de fútbol, y le sienta a la perfección porque es un excelente delantero. Se divierten, su entusiasmo es fácil de percibir y de recibir. Nos contagian, y en el ambiente se encienden los recuerdos de todos. No hay ni una persona adentro que no quiera estar acá.
“Addicted”, otro de los clásicos se hace presente en la sala, seguido de “My Alien”, “God Must Hate Me” y “I Won’t Be There”. Y volvemos a toda velocidad a épocas de chat por MSN, charlas hasta la madrugada, cuentas de teléfono que pagaban nuestros viejos donde $300 era una locura. Como dijo Pierre, “2002 without YouTube”, completado por Sébastien “and without free porn”.
Dejamos las cajitas bobas del siglo XXI para pegarle a las pelotas inflables que vuelan sobre nuestras cabezas. Al finalizar “Grow Up” hay un intercambio entre baterista-cantante, y Chuck se zambulle en el público para sentir la locura de estar al frente de todo. El cierre del primer disco llega, obviamente, con “Perfect”, canción que más de uno le debe haber dedicado a sus viejos con esa incomprensión tan grande de la adolescencia.
Vamos ‘cerrando sesión’ con otros clásicos como “Jump”, “Boom” y “Shut Up” y Jeff es una máquina expendedora de puas. Extasiados de júbilo, creemos que estamos en la cima de la noche, pero esto sube más cuando Pierre desaparece en el estribillo de “Crazy” y nos sorprende parado en la barra lateral. Vorterix nos empuja a estar increíblemente cerca de ellos, y se siente muy bien.
Una noche para desempolvar esas muñequeras negras y los cinturones de tachas. La adrenalina de los primeros cds pirateados, el Ares atacandonos con virus por doquier, época de troyanos fatales pero de pop-punk en los oídos. Fue casi como volver a encontrarse con un ex, al que le dedicaste “Welcome to my life”, la última canción que sonó, con la esperanza de frenar el tiempo en esa esquina, y nunca crecer.
Ph: Diego LaTorre