Héctor René Lavandera, más conocido como René Lavand, fue un ilusionista argentino de fama mundial. Pero lo que caracteriza a este artista es que lo hacía con una mano, la izquierda.
A los 9 años, cuando cruzaba una calle cerca de su casa en Coronel Suarez, un joven de diecisiete años que manejaba el auto de su padre lo atropelló y le aplastó su brazo derecho. Fue amputado de la mano derecha y equipado con un muñón de 11 centímetros a partir del codo. De esta desgracia hizo magia, cartomagia. Practicó obsesivamente hasta alcanzar un completo dominio de la baraja, pero forzadamente, por un camino autodidacta, porque «todos los libros y técnicas son para magos de dos manos”. Lo de las cartas le costaba. Dar, levantar, mover, ocultar, sostener y engañar.
Vivió en distintas direcciones de Capital federal como hijo único de Antonio Lavandera y de Sara Fernández, viajante de comercio él, maestra ella. A sus 14 años, su madre logró un puesto de maestra y se mudaron a Tandil, donde él ya se quedaría para siempre.
Cuando tenía 18, su padre murió de cáncer y él tuvo que salir a buscar empleo y consiguió uno en el Banco Nación. Tras trabajar como bancario hasta los treinta y dos años, en 1961 gana una competencia de magia en la especialidad manipulación. Le ofrecieron debutar en Buenos Aires y lo incluyeron en sus espectáculos de varietés. Se rebautizó René Lavand, con un galanteo francés, fino, falso, pero el mejor. Hechizó.
Se lanzó como profesional actuando en la televisión y teatros argentinos. Desde 1983 viajó y fue reconocido en Estados Unidos, Europa y Japón. Su elegancia en el escenario, pudo ser producto de la práctica de esgrima que realizo durante años. Eso, más el frac, moño, bigote finito y una mirada de malicia, dieron la estocada certera que sedujo con un truco dificilísimo: ser un mago manco.
Su fama creció. El mago canadiense, Dai Vernon, que fue uno de los mejores del mundo, lo llamó “La leyenda”. Y Channing Pollock, uno de los ilusionistas americanos más distinguidos, le regaló una foto que decía “Dios debe quererte mucho, por eso te hizo hermoso”.
René Lavand modificó un clásico juego de close up (también conocida como magia de cerca) llamado “Agua y aceite”. En él utilizaba una de las frases que definen su arte: «No se puede hacer más lento». Fue él quien patentó la palabra «lentidigitación», que en oposición a la prestigiditación, define a la ilusión ejecutada lentamente a fin de llevar la imposibilidad a su máxima expresión.
Lavand fue un dispositivo certero, un mecanismo fallido, amputado; pero que se remendó con infinita gracia. Lo consiguió a través de los cuentos, poesías y música que utilizaba en sus presentaciones. Lo atractivo de Lavand no radica exclusivamente en la asombrosa manera en que ha superado su discapacidad, sino en las historias con las que envolvía sus ilusiones. Más sus movimientos, gestos y silencios, fueron el elemento dramático que hace aparecer, lo que no está, lo que se cortó.
René Lavand falleció el 7 de febrero de 2015 en la clínica Chacabuco de Tandil, a los 86 años, a causa de una neumonía.
Más información:
Documental: El gran simulador (2013) ‧ Director: Néstor Frenkel
Libro: “Sigo Barajando recuerdos” de René Lavand‧Editorial: Editorial Tristram