Roger Waters, 10 de marzo de 2012, Estadio River Plate.
Se avecinaba un fin de semana caluroso. Veníamos de un verano con delay y estaba por comenzar el ciclo escolar, por lo tanto cualquier chico de dieciseis años querría disfrutar esos dos días al máximo.
Llegó el viernes. Era de noche, estaba a punto de llegar a casa cuando me cae un whatsapp de mi tío “¿Mañana estas libre? Podríamos pegar una buena salida”. Confirmé mi presencia, acordamos un horario y le propuse ir a una hamburguesería nueva. Sin respuesta alguna, decidí irme a dormir.
Al día siguiente, miré el celular por la tarde y el mensaje seguía en visto. Debe haber pocas personas tan colgadas como él. Mientras que yo miraba el sol esconderse entre los edificios; el teléfono rompió el silencio. “Se me complicó un poco con el laburo y voy a terminar tarde, nos encontramos en Congreso de Tucumán. ¿Dale?”. Me vestí rápido, agarré un poco de guita y fui derecho al subte.
Mientras estaba esperando en el andén, escuché el altavoz informando que la línea D esta trabajando con demoras. Refunfuñando, me acerqué al primer vagón que llegó. Estaba repleto. Si bien era sábado a la noche, me impresionó que venga lleno. No cabía nadie. Eché un vistazo al celu, mire la hora y después mire el día. Sábado 10 de marzo de 2012.
Dejé pasar dos subtes, y antes que venga el tercero atiné a llamar a mi tío para cambiar los planes. Cuando estaba por pegar la vuelta llegó el subte y vi un asiento libre. Miré a mi alrededor y estaba casi solo. Al lado mío esperaba un abuelito, de esos que salen a pasear los findes como si fuesen turistas.
Subimos los dos. El se sentó y yo viaje parado. Lo observé estación por estación, su templanza y paciencia me cautivaron. No podía sacarle los ojos de encima.
Finalmente llegué a Congreso, ya subiendo las escaleras lo ví a mi tío que me estaba esperando en la puerta de Havanna. Con un café en la mano y una sonrisa que apretaba sus ojos a más no poder. “¿De qué te reís boludo?, hace 30 minutos salí de casa. A vos solo se te ocurre juntarnos acá.” A lo que él me contestó, “Es lo que te deja más cerca de River. Dale. Metamosle pata que estamos llegando tarde”.
No entendía nada, estaba fastidioso y cagado de calor. Lo paré en seco y le pregunté que era todo esto, quería una explicación. ¿Adónde carajo íbamos? ¿Por qué estábamos llegando tarde si recién eran las ocho clavadas?.
“Hoy vas a ver un show en serio. ¿Viste The Wall?. Bueno, ya vas a tener tiempo de verla. Hoy te la va a contar Roger Waters.” dijo, sacando dos entradas de su bolsillo de la chomba. “¡Me las gané en la radio!” remató y empezamos a marchar. Yo empecé a sonreír de a poco. Se me fue yendo la calentura mientras íbamos caminando; mi predisposición iba cambiando.
“La película es de él? No sabia que también era director.” dije asintiendo con la cabeza. “No, no es director. Digamos que es su película, o su albúm. Va; todo junto te diría.” me contestó.
A medida que íbamos avanzando por Av. Congreso, la gente se iba amontonando aún más. De repente, se escuchan gritos desde arriba. “Daaale Rogelioo!”. Había personas en edificios, armando una picada, tomando algo o simplemente sacando sillas al balcón en dirección al estadio.
Cuando estábamos por cruzar Libertador me dio mi entrada. “Tomá, esto es tuyo. Entramos por Udaondo, ahora te la van a pedir. Mostrásela así te cachean tranquilo”. Miré la entrada y no pude evitar ver el precio. Levantando las cejas le dije que tenía un culo bárbaro. 160 pesos era un montón de guita, en aquel entonces.
Pasamos todos los controles. Dentro del predio subimos las escaleras del estadio, al ser en forma de caracol en una de las vueltas me detuve de inmediato. No podía sacar la vista de la avenida repleta de gente. “¿A dónde van todos estos si empieza en cinco?” pregunté. “Algunos tienen platea, otros intentan colarse. Como en la cancha. Y el resto; lo disfruta desde afuera. Yo el año pasado vi al Indio desde afuera. Pero eso es otra cosa”.
Llegamos a la popular. Subimos las escaleras y nos sentamos entre medio de dos familias. El show comenzó imponente. El escenario constaba de un pared blanca recreada con ladrillos ficticios. Los temas parecían no tener un principio y un final, todos estaban enlazados y encajaban perfectamente, parecía que te estaba contando un cuento y el sonido era algo sensacional.
Empezó Another Brick in the Wall y yo quedé anonadado con la presentación. La atmósfera que se había creado era como estar inmerso en el rodaje de un film. Por momentos sentía miedo, no podía sacar la vista del muro y las distintas imágenes que en él se reflectaban, hasta que escucho un sonido que venía detrás de mí. Pensé que era un helicóptero de esos que filman desde arriba, estaba equivocado porque era uno de los otros tantos efectos especiales que cautivaron todos mis sentidos.
Durante The Trial aparecieron nuevos personajes en el escenario. Se intensificó aún más el ambiente. Se estaba llevando a cabo un juicio, y yo estaba en el banquillo de los acusados. Fue una experiencia lisérgica.
Después de varias horas, el show finalizó. Se fue descongestionando la zona, y nosotros nos detuvimos en una parrilla para cerrar la noche. De esta manera, mientras compartíamos una bondiola sobre Figueroa Alcorta mi tío frunció el ceño, tragó el bocado y me preguntó “En diciembre se dice que viene U2. Todavía no se sabe pero, ¿te prendés?”.