Ciro y Los Persas, 4 de Noviembre de 2013, Ciudad del Rock
En sincronía con el año, yo tenía 13 y muchas ganas de vivir, de una buena vez por todas, un recital. Criada entre CDs (se que sonaría más lindo “entre vinilos” o “casettes” pero la vida me hizo centennial) y anécdotas contadas a partir de viejas entradas guardadas entre el plástico y el librito de la portada de varios de ellos; yo quería ir a una cancha, saltar en un pogo, y en una de esas cumplir mi fantasía máxima de saltar entre el público de una cancha con lluvia finita, pero lo suficientemente intensa para que protagonice la posterior anécdota.
Mi momento había llegado, Ciro y los Persas encabezaba el día 1 del Quilmes Rock. Con meses de anticipación las entradas estuvieron en la mueble, al lado de las llaves, bien a la vista. Era un festival y había más bandas, pero a mí solo me importaba Ciro. Sonaba como una perfecta primera vez, permitiéndome la omisión de Floricienta en Vélez, allá por el año 2005, un show de música… en vivo… en un estadio, si… pero mi interés por la música no arranca ahí. Ciro (o Los Piojos) era lo que me identificaba musicalmente. A los 13 años me empezaba a atajar de los gustos musicales para determinar dónde encontrarme a mí. Y esos gustos los adquirí en casa.
El Quilmes Rock era un festival que apareció en el 2003 y desde su inicio fue intermitente: ausente algunos de sus años, y los otros pisando fuerte con artistas de renombre, nacionales e internacionales, en sedes varias. El 2013 fue mi primera y última vez en un Quilmes Rock, para el festival no era la primera pero sí también, la última vez. Aunque en verdad hace unos meses, tras siete años de ausencia, tuvo su reaparición en pandemia. Encontraron la oportunidad de organizar el primer gran festival online con fines solidarios, en tiempos de incertidumbre y vivos de Instagram; vía streaming hicieron un recorrido por su historia además de, por supuesto, canciones de decenas de artistas desde la comodidad de sus hogares.
La edición del 2013 constaba, por primera vez en su historia, de tres fechas. Cada una de ellas con una banda referente. Ciro cerraba y representaba la primera fecha; el viernes 1 de noviembre. Es sabido que sacar entradas con anticipación tiene sus pros y contras. La ventaja siempre viene por el lado del precio promocional. Las contras pasan por la cuestión de que es poco probable prever con seguridad si para la fecha, tan lejana, tenemos el día disponible o no. En mi caso no se presentaron problemas, no tenía compromiso alguno para aquel viernes. Aunque el clima sí tenía otros planes.
A modo aclaratorio, en ese momento estaba cursando mi segundo año de la secundaria, me gustaban los recitales pero no faltar al colegio. Y el festival se llevaría a cabo en la Ciudad del Rock, lo que actualmente es la Villa Olímpica y que en su momento supo ser el Parque de la Ciudad.
Durante toda la mañana de ese viernes llovió torrencialmente, por lo que el predio se inundó y no quedó otra que trasladar la fecha al lunes 4 de noviembre. La lluvia yo la quería durante el recital, no antes. Y menos que se traslade para el día anterior a mi prueba de literatura.
Acostumbrada a querer hacer todo, el plan era claro. Iría el lunes 4 al Quilmes, y el martes 5 a las 7a.m. rendiría el examen.
Como es usual (ese día lo aprendí) Ciro se hace esperar. Ese mismo lunes había tenido clases por lo que venía arrastrando el cansancio del día, y hacía que me pese un poco de más la espera. Recuerdo que la previa fue con Guasones, y que esa noche me compré mi primera y única remera de recitales. Esa remera negra con el logo de la cerveza y grilla de los tres fechas en la espalda fue la que me acompañó en cada uno de los posteriores recitales.
Después de una hora de cantitos arengando el arranque, Ciro subió al escenario con una entrada memorable de la que hay varios videos en YouTube. En aquel momento, el último disco de Los Persas era 27 (2012), eso es sinónimo de una fuerte predominancia en el vivo de los temas que lo componen. Caminando fue la canción elegida para la larga caminata inicial desde el público hasta el escenario. Ciro tocando la armónica con una cabeza de tiburón y detrás de él muchos otros animales, entre ellos, su banda también disfrazada.
Yo (y todos los demás) corría con una ventaja de la que era conciente. Hacía medianamente poco que Ciro y los Persas era Ciro y los Persas, solo contaban con dos discos. ¿Qué significaba eso? Más posibilidades de escuchar canciones de Los Piojos. Desde ese día y probablemente hasta la eternidad, el “vamos los piojos” está presente. Hoy, 2020, con más discos que en aquel entonces seguimos escuchando Pistolas, El Farolito y muchas más. Si bien la prioridad se da al nuevo material, el lugar para Los Piojos siempre está ahí, intercalado.
El formato del festival me permitía tener la sensación de que fui a ver únicamente a Ciro. Digo, no es muy recurrente que una de las varias bandas que componen la grilla toque veinticinco temas. Hubo mucho de 27, lógico en pleno boom de Mírenla. Algunas del primer disco Espejos (2010) que lograron un lugar fijo, y mucho cariño, en las setlist hasta el día de hoy: Insisto, Astros, Banda de Garage y el innegable nuevo clásico, Antes y Después.
Hay un Antes y Después de Ciro. Esa línea temporal dividida entre Los Piojos y Los Persas. Se ve en el público, en sus remeras, en sus pedidos. También hubo un antes y después para mí. Mi primer recital. Un antes de deseo por vivir recitales y de lo que podríamos definir como aprendizaje: de lo que se escuchaba en casa, yo elegí a Los Piojos. Y obviamente un después que se sigue construyendo desde aquel entonces.
El colectivo para la vuelta fue descartado por la hora en que terminó. En unas horas tenía que estar arriba rindiendo esa prueba totalmente insignificante, pero a la cual no me permitía faltar. Nos subimos a un taxi y tal como me fui a dormir, en el colegio aparecí: con mucho sueño y olor a cigarrillo (negada a resignar mis pocas horas de sueño). Con sueño pero feliz, mi primer recital para contar, un dignísimo 8 en la evaluación y todo lo que abarcaba mi Después.
Tuve la suerte de poder vivir muchos más pogos de El Farolito, en Luna Park(s), estadios de River, de Vélez… siempre con mi papá. Hasta pude cumplir esa fantasía de saltar bajo la lluvia, en el Cosquín Rock de 2017 con Canción Animal. Con mi compañero de recitales coronamos ese como nuestro mejor show de Ciro. Probablemente no en cuanto a lo musical, es difícil satisfacer las necesidades de una gran lista de canciones en un festival y esa no fue la excepción. Sin embargo fue en el que mejor la pasé. Y nuevamente, con mi papá.
Años más tarde (2020), ya con recitales en el camino, vuelvo a un festival. A uno donde está Ciro, pero con amigos en vez de mi papá, en Córdoba en vez de a unos km de casa. Ahí vi muchas bandas que también nos gustan a ambos, bandas de las que compramos CDs que escuchamos juntos en el auto. Sin embargo cuando nos mensajeamos post show, su primera pregunta fue por Ciro; sobre si salté con Ruleta y si de nuevo cerró con el himno en la armónica.
No diría que ese fue el show de mi vida, pero sí que ocupa un lugar central. Base de mi yo de hace unos años que arrancaba con el gustito de coleccionar discos, de querer comprar entradas para recitales, de querer descubrir más sobre el mundo de la música. Y base de algo que siempre voy a compartir con mi papá.