Estábamos extasiados de rock en esos tiempos. Veníamos de un finde explosivo en el San Pedro Rock 2003 con muchas bandas, camping, pileta y demasiada birra el último día. Tanta que nos acordamos la mitad de los shows, pero recordamos que la pasamos de maravillas, especialmente cuando arrancaba el set de Attaque 77 que nos agarró de sorpresa en la cola de los baños y salimos disparando al escenario dando vueltas carnero (?), salvo Gaga que daba vueltas indescifrables.
Ese verano los Bersuit eran los amos de la música. Estaban justo en ese momento de crecimiento absoluto y todo el mundo quería ir a verlos. Todos los grupitos de personas que deambulaban por las calles de San Pedro iban cantando sus canciones, o coreando el “Bersuit” al final de las palmas de la típica clave candombera. Por eso sorprendió que el último día del festival lo cerrara León Gieco luego del set bersuitero, ya que la mitad del público se fue: porque era domingo, porque era muy tarde, porque la mayoría que fue ese finde había ido a ver a la banda del Pelado (salvo el sábado que hubo gente que solo cayó para ver a Divididos y se fue), porque ya estaban todos muy cansados tras tres días de música y porque León apenas subió a escena dijo “ya pasó toda la energía, ahora vamos a hacer canciones tranquilas para pensar y voy a tocar todo el disco nuevo recién salido de corrido”. Yo me quería quedar porque banco mucho a León, y Poncha fue el único que me hizo el aguante, pese a que nos dormíamos parados.
Un par de semanas después, el mismo cuarteto de amigos estaba de vacaciones en San Bernardo. Gaga, Poncha, Pauli, yo. Y ahí nomás, en el pueblito balneario de al lado, Mar de Ajó, tocaba… ¡León Gieco! Na, mentira, Bersuit. No solíamos ir tanto a shows nocturnos cuando estábamos en la costa, aunque la oferta playera diurna ya cumplía la cuota rockera, con Jóvenes Pordioseros y La Mancha de Rolando a la cabeza en las viejas tardes gesellinas. Pero ya dije, estábamos muy rockeros ese 2003.
Una tarde volvimos a Mar de Ajó a ver a Kapanga al atardecer (tocaron el tema de Italia 90, más “Morrisey” y uno de Mambrú) y una noche caímos en un bolichín porque tocaba Open Your Kantos, banda de unos pibes que había ido a nuestro colegio que hacían “Radio Kriminal” de Los Cadillacs y tenían un tema que se llamaba “Himno a las conchas” (otros tiempos). Creo que casi nos echan del lugar por querer hacer mosh, donde había menos de diez personas.
Esa noche fuimos a tomarnos el único bondi que había para que nos lleve de San Bernardo a Mar de Ajó. También se sumó Pablo a la cruzada, ya que andaba también vacacionando por ahí. Diez minutos, veinte, media hora, una hora. El bondi nunca apareció. Tampoco venía nadie más a la parada a esperarlo. Solo nosotros y una muchacha que estaba ahí, puteando también porque no venía.
El show estaba anunciado a las 22, ponele, y ya eran las 22:30. “Vamos a llegar re tarde”, nos quejábamos tímidamente, sabiendo que en esos tiempos la puntualidad no era sinónimo de rock. La muchacha se dio vuelta y acotó: “Tranquilos que falta un montón para que empiece el show, se re atrasa”. Asentimos con ella y el Gaga nos dijo en voz baja algo así como: “qué va a saber, tiene menos rock”.
Quince minutos después decidimos tomar un taxi y la muchacha se sumó la travesía, ya que nos comentó que ¡ella también iba al show! Un puntito para el prejuicio de Gaga: estaba demasiado bien vestida para ir a un show de rock en un club en Mar de Ajó. Tres fueron en un taxi, y en el otro fuimos Pablo, la muchacha y yo.
El viaje era más largo de lo que parecía y empezamos a hablar de Bersuit, claro. Nosotros contamos algunos shows que fuimos, y ella empezó a contar muchos más hasta que casi era un monólogo suyo tirando anécdotas bersuiteras, que incluían a los propios músicos. En un momento confesó que era la novia de uno de los guitarristas (el que todos queremos). Ahí se puso más picante y nos habló de infinitas idas y vueltas entre ellos, y divertidas historias de la banda. Nosotros, jovencitos y muy admiradores de la banda, estábamos con los ojos abiertos, con esa típica (mala) idea de querer conocer más en profundidad a las personas que admirás.
“Pero bueno, me dedicó una canción y la bailan todos”, concluyó su casi monólogo. Yo, que estaba adelante, miré para atrás a Pablo, el me miró a mí, y al unísono casi gritando preguntamos “¿¡vos sos la petisita culona!?”. “¡Claro! Hoy me subo a bailar el tema”, respondió y quedamos más anonadados aún, aunque también nos quedaba todavía una cuota de incredulidad en un costado de las anécdotas.
Llegamos a destino, quisimos dividir el gasto, pero ella pagó y no nos dejó. Ante nuestra insistencia tiró: “quédense tranquilos que total lo paga Cordera”. Nos reímos, la saludamos y la vimos entrar de una mientras observábamos la gigantesca cola que daba vuelta a la manzana y que nosotros debíamos ir a hacer. Le insinuamos en chiste: “¿no podemos pasar sin hacer la fila nosotros también?”, pero ya demasiado nos había dado con las anécdotas y el pago del viaje. Ahí ya creímos un poquito más.
Hicimos la cola, nos encontramos en la entrada a otro amigo, el Chino (juramos que estaba fumado aunque él lo negará para toda la eternidad), hacía un calor descomunal, vimos a un chabón que miró todo el show asomado por una pequeña ventana que había en el gimnasio flameando una bandera del Che Guevara, pogueamos a más no poder, grabamos las canciones con un grabadorcito que luego se perdería en una esquina ebria de San Bernardo, y escuchamos un tema hasta hoy en día inédito llamado ”Un hombre”.
¿Y tocaron “La petisita culona”? Claro. ¿Y subió nuestra compañera de viaje a bailar? Claro. Y no subió desde el público como todas las que se mandaban a bailar, sino que salió directo del camarín. Ahí nos convencimos definitivamente y desde entonces con Pablo recordamos aquella noche como la vez en que La Petisita Culona nos pagó un taxi camino a un show de Bersuit. O tal vez lo pagó Cordera sin saberlo, como bien ella nos remarcó. O Tito. Quién sabe…