Kast Boric

Hasta que llegó el nostálgico de Pinochet

“El que no salta es comunista”, cantan en el búnker. Algunos portan la gorra insignia de Donald Trump, con el lema Make America Great Again. Otros, banderas con la frase principal de campaña de su candidato: “Atrévete”. Están emocionados, exaltados. Saben que están frente a su gran chance. Antes de que el anochecer se instale definitivamente, llega la confirmación que tanto buscaban. Ganaron la elección. Ahora esperarán el ballotage, confiados, porque saben que desde el retorno democrático en 1990, cada vez que hubo una segunda vuelta, triunfó el candidato que se había impuesto en la primera.

Han pasado algunos días desde el domingo 21, pero las urnas aún humean en Chile. La región, e incluso buena parte del mundo, ha posado sus ojos en el país trasandino. Estas elecciones presidenciales, que son las primeras desde el Estallido Social de octubre de 2019 (“18-O” de acá en adelante), no solamente han delineado un nuevo escenario político, sino que parecen haber abierto una especie de cráter social y cultural, de cuyas entrañas pueden surgir consecuencias que den vuelta al país como una media.

Primero hagamos un breve repaso de los principales resultados. Digamos entonces que, con una participación de apenas el 47,3% del electorado (el voto no es obligatorio), triunfó José Antonio Kast, del Frente Social Cristiano, con un 27,9%. En segundo lugar quedó el candidato que lo enfrentará en la segunda vuelta del próximo 19 de diciembre, Gabriel Boric, de la coalición denominada Apruebo Dignidad, con el 25,8%. La (otra) gran sorpresa la protagonizó quien quedó en tercer lugar, Franco Parisi, del Partido de la Gente, con un 12,8% difícil de explicar, si se pone el foco únicamente en que este candidato outsider o de la “antipolítica”, que vive en EEUU, no pisó Chile ni por un minuto en toda la campaña, según él por problemas de salud. En el cuarto y quinto lugar quedaron Sebastián Sichel (oficialismo), con el 12,7%, y Yasna Provoste (ex Concertación) con el 11,6%, principales representantes del tradicional sistema de partidos que se estrelló contra el piso este domingo.

Luego del histórico levantamiento del 18-O y su inédita consecuencia (el llamado a un plebiscito para una nueva Constitución que reemplace a la dictatorial de 1980), la mayoría de las expectativas estaban depositadas en un triunfo de la candidatura que -con sus bemoles- expresa ese espíritu de protesta. Especialmente, debido a que la victoria de la opción por el Apruebo, en el mencionado plebiscito de octubre de 2020 para la Convención Constituyente, fue aplastante: 78,2% por sobre el 21,7% del Rechazo.

No sucedió. Y si bien la escasa distancia entre primero y segundo hace que estemos en un escenario distinto al de, por ejemplo, la irrupción imparable de Bolsonaro en las presidenciales de 2018 en Brasil (en las que quedó a cuatro puntos de ganar en primera vuelta), es claro que el mero hecho de que el ultraderechista chileno haya ganado la elección provocó un golpe de efecto que le permite tener, a priori, la iniciativa. Pero, ¿por qué ocurrió? ¿Quién es Kast y de qué forma logró consolidarse y quedar a las puertas del Palacio de la Moneda?

José Antonio Kast, candidato a presidente de Chile.

El ganador de la primera vuelta

José Antonio Kast Rist es un abogado de 55 años, hijo de un oficial de la Wehrmacht nazi llamado Michael Kast Schindele, quien emigró con su familia al país trasandino unos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su hermano Miguel fue funcionario del régimen de Augusto Pinochet, tanto ministro como presidente del Banco Central.

En diálogo con No Son Horas, el abogado chileno y docente de Derecho Penal, Francisco Bustos, señala que: «El candidato Kast representa social y culturalmente a los herederos de la dictadura. Su familia estuvo involucrada en la perpetración de crímenes contra campesinos en la zona de Paine. Han sido colaboradores, también, del gobierno militar. Él mismo hizo campaña en el Plebiscito de 1988 para mantener la dictadura de Pinochet”. Y agrega: “Kast hoy día representa una salida de ultraderecha del Estallido Social”.

En términos ideológicos y culturales, debe señalarse que el candidato del FSC integra el ultramontano Movimiento Apostólico de Schoenstatt, en donde se abasteció de una concepción, desde la cual no solamente se opone a la interrupción voluntaria del embarazo o al reconocimiento de las identidades disidentes de género, sino que incluso critica la Ley de Divorcio por considerarla nociva para el concepto tradicional de familia.

Un capítulo aparte refiere a su visión de la historia reciente chilena, que lo llevó al punto de afirmar, acerca de Pinochet, durante la campaña de su primera candidatura en 2017, que “si estuviera vivo votaría por mí”. Centralmente, Kast considera que el golpista salvó al país de ser una nueva Cuba, y no tiene mayores problemas en defender su postura frente a quien lo contradiga. Este mismo año, incluso, visitó en la cárcel al genocida Miguel Krassnoff, condenado a 800 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad. Y en el plano económico, coincidiendo acá sí con otros sectores del conservadurismo local, sostiene que el modelo de los Chicago Boys impulsado por Pinochet, de la mano de ideólogos como Jaime Guzmán, ha cimentado la modernización, la estabilidad y el progreso del país.

Otro rasgo fundamental del fenómeno Kast es el hecho de que su trascendencia política excede las fronteras nacionales: el candidato es uno de los firmantes de la llamada Carta de Madrid, que elaboró la Fundación Disenso presidida por Santiago Abascal, líder del partido neofranquista español Vox. Se trata de un dispositivo ultraconservador arraigado en lo que denominan Iberósfera, en donde se denuncia que “una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista”, y convocan a combatir lo que denominan “marxismo cultural” (término que Abascal utilizó precisamente en un encuentro con Kast, en junio de 2019). Otros firmantes de la Carta de Madrid son el diputado electo argentino Javier Milei, el exministro de la dictadura boliviana instaurada en 2019, Arturo Murillo, y el diputado e hijo del presidente brasileño, Eduardo Bolsonaro.

El quiebre entre Kast y Piñera

Pero para comprender el ascenso del nostálgico de Pinochet, hay que incorporar otro elemento al análisis: las disputas y rupturas al interior del campo conservador chileno. Y esto implica decodificar con precisión lo ocurrido con la figura del actual presidente.

Sebastián Piñera da un quiebre en su carrera política en la UDI (Unión Demócrata Independiente) posicionándose ante el crucial Plebiscito de 1988, en el que la población decidiría si Pinochet seguía hasta 1997 o si se convocaba a elecciones. Eligió esta última opción, la del “No”, lo que le valió ser reconocido como un conservador democrático, a diferencia de quienes optaron por el “Sí”, entre ellos, precisamente, un joven universitario Kast. Allí tenemos un primer contrapunto.

Sebastián Piñera, actual presidente del país trasandino

Pero el verdadero parteaguas se produce durante la primera presidencia de Piñera, entre 2010 y 2014. Como bien menciona el abogado Javier Sajuria en el episodio sobre Chile del podcast Epidemia Ultra (producido por Franco Delle Donne para analizar el surgimiento actual de las ultraderechas globales), al llegar al poder Piñera comienza a mostrarse muy crítico sobre la “pata civil” de la dictadura, por ejemplo en su discurso del 11 de septiembre de 2013, a 40 años del golpe, y también a impulsar acciones penales en tribunales contra militares partícipes de crímenes de lesa humanidad. Esto fue concebido como una traición inaceptable por parte de la ultraderecha pinochetista, que acompañará a Kast como voz cantante del sector que se abre del partido oficialista. Luego, de cara a las presidenciales de 2017 (ya durante el segundo mandato de Bachelet), ofrecerían una alternativa a Piñera, quien finalmente lograría su segundo mandato.

Para este sector, la segunda “gran traición” del presidente se produce durante el actual mandato, justamente cuando, tras el 18-O, decide convocar al plebiscito para la nueva Constitución. Kast puso el grito en el cielo acusándolo de ceder débilmente ante las movilizaciones de protesta, compuestas, según él, principalmente por vándalos terroristas que buscaban incendiar el país, y que recibieron su merecido con la encomiable labor de Carabineros en defensa del orden institucional y el patrimonio. El deterioro imparable desde 2019 de la imagen de Piñera, que arrastró al candidato Sichel a un desastroso cuarto lugar, fue la estocada final que Kast necesitaba para dar su zarpazo.

El perfil del principal competidor

Vayamos a Gabriel Boric. Este joven diputado de 35 años, militante y dirigente universitario que fue electo en 2011 presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), llegó hasta acá tras vencer en las internas de Apruebo Dignidad a Daniel Jadue, alcalde de la comuna de Recoleta y candidato del Partido Comunista para aquellas primarias. Ese resultado supuso una sorpresa, porque Jadue aparecía midiendo mejor en las encuestas. Pero, también fue leído como un giro que aumentaba las chances de la coalición de triunfar en primera vuelta. Sin embargo, la candidatura presidencial de Boric no logró hacer pie fuera de la Región Metropolitana, situación que se ve reflejada en la elección centralmente ‘santiaguina’ que hizo.

Y sucede que en la agenda pública de Chile de los últimos meses, dos de los principales temas fueron la crisis migratoria de la zona norte, desatada a fines de septiembre, y la espiralización del conflicto entre mapuches y fuerzas de “seguridad”, en el centro-sur. En dichas zonas, tanto en la primera (regiones de Tarapacá o de Arica y Parinacota) como en la segunda (regiones de Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos), Kast superó por mucho a Boric azuzando un discurso extremo. Para la crisis migratoria, ofrece la construcción de una gran zanja en la frontera con Bolivia; para los mapuches, militarización total y mano dura. Mientras tanto, la Convención Constituyente, que Boric desde siempre defendió y Kast desde siempre fustigó, fue perdiendo imagen positiva a raíz de ciertas denuncias y escándalos mediáticamente amplificados.

En declaraciones del pasado día lunes en la radio Del Plata de Argentina, el excandidato Marco Enríquez Ominami afirmó que: “La izquierda chilena comete siempre un error, que es creer que el que protesta integra una protesta de izquierda”. Se mostró equivocado, plantea, el diagnóstico de haber considerado que lo ocurrido con el estallido del 18-O configuraba una situación “prerrevolucionaria”, cuando en verdad se trataba en buena medida de consumidores endeudados y hartos del abuso del sistema privado de pensiones, corazón del modelo pinochetista.

A medida que los reclamos de transformaciones estructurales encontraron un cauce en la Convención Constituyente, dado que las protestas -que Carabineros nunca se privó de reprimir- continuaron siendo menú del día de la cotidianeidad, una demanda de orden comenzó a instalarse subrepticiamente en ciertos sectores. Rememorando aquella “mayoría silenciosa” a la que Richard Nixon apeló en EEUU a fines de los ‘60 (en momentos en que las movilizaciones contra la Guerra de Vietnam eran multitudinarias e incesantes), Kast comprendió que se abría un escenario en el que podía capitalizar la totalidad del voto que rechazó la Constituyente, e incluso a ciertos sectores moderados de quienes habían votado por el Apruebo pero buscaban terminar con la lógica de la eternización del conflicto callejero.

La moneda está en el aire. Ya han comenzado las alianzas de ocasión por parte de los dos candidatos. Kast busca galvanizar el apoyo de la centroderecha (la UDI y Evópolis, principalmente). Boric, el de la centroizquierda y el centro, referenciados de la ex Concertación (el Partido Socialista, sectores de la Democracia Cristiana, y algunos independientes).

Aún hay incógnitas que permanecen, y que no se disiparán hasta la noche del 19. Una de ellas es cómo votarán los más de 900.000 electores de Parisi, hacia quienes abundan guiños desde ambas candidaturas. Pero la principal, la más honda e inquietante, es si en Chile habrá un gobierno que acompañe las transformaciones referenciadas en la Convención Constituyente y en las demandas de mayor inclusión social y económica, o uno que busque dinamitar lo avanzado para retroceder hasta profundidades impredecibles.

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