Gregory Porter || Teatro Coliseo || 08.10.2017
Nada termina mejor una semana que algo de buena música en vivo, y si es jazz, soul y gospel ni hablar. Luego de meses de espera nos acercamos al Teatro Coliseo a presenciar la voz más importante del género actual, Gregory Porter llegaba por vez primera a Buenos Aires y nos aseguramos de estar lo más cerca posible del barítono y su ensamble de lujo.
Cerca de las 21:00, se levanta el telón y entre aplausos aparece una banda de alto calibre: Chip Crawford en el piano, Emmanuel Harrold en la batería, Jahmal Nichols en el contrabajo y Tivon Pennicott en el saxo tenor, le dan la entrada a la perfecta voz de Porter, quien arranca el concierto con el upbeat de “Holding On”. Entre spotlights y bajo su característico sombrero y sujetador nos demuestra por qué es el merecedor de todos los premios de jazz vocal, con una vibra y registro impresionante, el Coliseo se transforma un club de jazz nocturno digno de Harlem.
La smooth presence de Porter es impecable mientras canta “On my way to Harlem” de su primer álbum “Be Good”, mientras chasquea los dedos de su mano derecha y marca el tiempo con la izquierda, es amigable, dulce y determinado en su labor. La nueva leyenda del jazz se oculta sigilosamente entre las sombras de la baja iluminación cada vez que llega un solo de alguno de sus compañeros.
Pennicott es perfecto en el saxo, el más nuevo de la banda llena unos grandes zapatos al reemplazar al japonés Yosuke Sato y lo hace de forma excepcional. El contrabajo de Jahmal es siempre notable, entre improvisaciones deja colar su estilo jazz/gospel mientras lo acompaña firmemente Harrold, ambos juegan entre risas con las canciones de Porter, nunca apresurados, siempre a punto.
Suena “Take me to the Alley”, tema que da nombre a su último disco de estudio (de canciones originales). El humo atraviesa las luces violetas y Porter canta su himno a los desvalidos. Su puño se cierra en el aire cada vez que se emociona, y al unísono nos emocionamos con él. El repertorio es completo y cuidadosamente seleccionado, “Don’t lose Your Steam”, “Liquid Spirit” y “Hey Laura” destacan. Las canciones más conocidas de Gregory son ovacionadas por el público, el californiano no deja de agradecer entre temas mientras cuenta pequeñas anécdotas en su fuerte voz que hace vibrar al recinto.
Golpea sus palmas cuando pide ayuda en un vibrante -go ahead and clap your hands now- y al escuchar la gospel vibe pensamos que el nombre de Teatro Coliseo no podía ser mejor para recibir a este maestro de la música negra.
El momento cumbre fue el tributo al grandioso Nat King Cole (su gran influencia) con la mágica “Mona Lisa” a dúo con Crawford en las teclas, la fantástica “Papa was a Rolling Stone” de The Temptations y su propia pieza maestra “1960 what”. Luego de la falsa despedida, la Gregory Porter Band apareció entre ovaciones de pie para regalarnos en un casi perfecto castellano aquel clásico cubano popularizado por el gran King “Quizás Quizás Quizás”.
El evento se disfrutó tanto como la espera, Porter no defraudó a los puristas del jazz ni a los fanáticos de siempre. No sé si nos apresuramos en llamarlo leyenda, pero si es así, la verdad no nos arrepentimos. Es maravilloso.