¿Cuántas veces escuchamos y volveremos a escuchar aquello de que “rock era el de antes? No queda otra a veces que la nostalgia para sobrellevar mejor los cambios de estilos, de géneros, de movimientos. En fin, de época, ni más ni menos.
El rock se está volviendo nostálgico, y si algo tiene el verano con el rock, es el recuerdo placentero de aquellas interminables giras por la Costa, con todo lo que aquello implicaba. Ya desde los ’70 se congregaron historias de canciones, conciertos, arena, amores efímeros, mar, sol, lluvia, sed, hambre, el cortamambo policial o municipal y tantas felicidades y desgracias más.
Las giras por la Costa tenían de todo. Pero el gran objetivo era captar público, un público relajado, dispuesto a prenderse con la bandita de turno en la playa o en el bar. Y así entonces, una vez devueltos a la gran ciudad, esperar a ver cuántos se habían copado de verdad.
Esto de trabajar con grupos de música me ha llevado a viajar muy seguido a distintos lugares del país. La primera vez que salí de gira fue justamente por la Costa Atlántica, con una banda que se llamaba Emboscados, allá por el año 2009. Mi amiga Daniela era la manager, había arreglado varias fechas y también sacado un permiso que, por ese entonces pedían para tocar en la zona, ya que no era tan fácil eso de caer, tocar y ya. Yo, por mi parte, intentaba sacar notas y ser el agente de prensa del equipo.
La estadía fue en el camping de San Bernardo, lugar central y también destino de la primera jornada en el Parador Fire. La movida se había arreglado de antemano con el balneario del lugar (cuya labor simplemente fue “sí, dale, usá el toma de ahí sin drama”), y se tocaba en una especie de playón que daba a la Av. Costanera.
Llegamos muy entusiastas con la ansiedad y expectativa de la primera vez, repletos de energía. Yo mucho no tenía que hacer pero me disponía a ayudar llevando equipos y aportando lo que pueda sumar a la causa. Mientras se armaba todo, llegó un camión con lo que parecía ser otra banda. Sabíamos que eso podía pasar, de hecho había espacio como para que armen tres bandas, así que saludamos mientras los veíamos bajar sus equipos.
No nos pareció tan copada la respuesta al saludo, pero bueno, puede pasar. Tal vez tenían un mal día, se los veía como cansados y ofuscados, seguro ya venían girando de hacía bastante. Eran mucho más grandes de edad que nosotros, había también nenitos correteando que claramente eran hijos de algunos. Hasta que uno medio rubio directamente empezó a tirar mala onda: “pendejos irrespetuosos”, mandó al pasar en una. Después Lacha, el guitarrista de Emboscados, como para romper el hielo, los invitó a enchufar sus cosas a lo que de una manera cortante dijeron: “toquen ustedes, hagan la suya, se van y ahí enchufamos”. Ok.
Después de armar, para liberar tensiones fuimos al mar. Era una linda tarde. Soy muy fan del agua, puedo estar un día entero adentro y sería muy feliz. Pero hubo que salir y ahí, mientras volvía a la arena me crucé al rubio que me miró y le dijo a otro: “no me dura ni un round”. Yo no entendí nada, me sorprendió, pero “es lógico que no es hacia mí”, supuse.
Cuando volví con la muchachada me enteré de que había cierto resquemor de la otra banda por sentirse “usurpados”, ya que ellos tocaban ahí todos los días y llegaron unos pendejos insolentes que se le pusieron a armar al lado y antes. Tensión total, clima de mierda. Para colmo, ¡llegó la Municipalidad a pedir el permiso! Todo correcto de nuestro lado, pero luego de una larga charla con la otra banda, la chica inspectora volvió hacia nosotros y preguntó: “Chicos, ¿ellos están con ustedes?”. Respuesta: “No, ni en pedo, no los conocemos”. Se aventuró a otra charla larga y tendida con ellos y se fue.
Empezaron a desarmar. Claramente los rajó y la tensión se materializó. El rubio se sacó y empezó a los gritos. “Nenes de mamá”. Silencio. “Acá no está su papito para defenderlos”. Silencio, miramos para abajo. “Seguro son hijos de un juez (?)”, acá a alguno se les escapó una risa, pero tímida, reinó el silencio. “Cuando estaba en la cárcel me crucé con pesados de verdad” (???). Nos mirábamos entre todos como pensando “qué imbécil”, pero a la vez ya más atentos. “Los voy a cagar a palos a todos, especialmente a vos”. Ahí miramos todos para ver a quien individualizaba. Lo miré. Me miró y dijo: “sí a vos, al de rojo”. Me veo la remera, sí, era roja. ¡Era a mí!
Era verdad ese encuentro en el mar, siempre me estuvo midiendo a mí. Yo estaba acostumbrado a que nadie me quiera pegar por ser bastante grandote, en cierta forma a mentir con mi tamaño para no meterme en problemas, ya que no me va esa forma de resolver las cosas. ¡Pero ahora me estaban queriendo pegar por ser el más grandote! Empezó a caminar hacia mí, yo no iba a hacer nada, pero cada vez estaba más cerca. Hasta que se puso cara a cara putéandome y mi reacción instintiva lo empujó con mis manos hacia atrás. Esperé la piña pero no… se fue. Puteando. Yo no lo ví, pero alguno me dijo que el baterista se asomaba por atrás con un fierro de batería en mano.
La tensión se la había chupado esta situación, porque la tensión que se necesitaba, la eléctrica, empezó a fallar constantemente mientras Emboscados probaba sonido y el camión llegaba para que la otra banda se fuera. Así y todo el show empezó, el camión se fue y el rubio nos tiró vaya uno a saber qué cosa desde arriba del mismo mientras se alejaba gritando.
El show duró un tema y medio. La tensión (eléctrica) jamás volvió. Al rato llegó una banda de reggae, armó y tocó sin drama. “Qué comienzo de gira”, pensé. ¿De esto se trata el rocanrol? Nunca supe el nombre de la banda hasta que uno medio colgado tiró: “Plan Perfecto”
–¿Cómo sabés?
–Yo me puse a hablar con el bajista, era re copado y me contó.
Todos reímos. La suerte cambió desde el día siguiente y fue una gira excelente.