El Mató a un policía motorizado en CC Konex
En una época en la cual las líneas aéreas son ejes de discusión, hay una que invita a volar con los mejores sonidos, arreglos y trances. La misma fue fundada allá por comienzos del siglo XXI, y tiene a un muchacho barbudo de remera negra como piloto, quién durante más de cien minutos maneja la vida de más de 1500 personas que eligieron pasar su domingo bajo el cielo estrellado del Abasto.
Sin que nos demos cuenta, subieron al escenario y comenzaron a desandar su historia musical sin darnos ni un adelanto de lo que estuvieron gestando en Estados Unidos hace unas semanas atrás. Sinceramente no lo necesitamos porque “Violencia”, “Sábado” y “El fuego que hemos construido” en versiones hipnóticas hacen que no interese lo que pasa después.
La épica gana camino cuando Santi pega el alarido en “Amigo piedra” para que el público más fervoroso salte y responda con “de todo” a lo que viene desde el escenario. No hablemos de técnica en esos momentos, eso se deja para otros momentos. El Mató con recursos genuinos brinda un show caliente, ruidoso y sin adornos.
Apoyan los instrumentos en el suelo, bajan del escenario sin decirnos nada, ni un “hasta luego”. A los cinco minutos regresan, y en veinte minutos confirman una vez más que son unas de esas bandas que tenes que escuchar en vivo para luego bucear en sus discos. “Yoni B”, “Chica rutera”, “Mas o menos bien” amagaban con ser los últimos.
La última fue “Mi próximo movimiento”, con una banda poseída por cualquier demonio que andará dando vuelta un domingo por la noche en la zona del gran Luca. El viaje terminaba, sin darnos cuenta nunca nos abrochamos los cinturones, sabíamos que estábamos en buenos manos, las caras son de satisfacción, pero con tristeza porque aún no sabemos cuándo es el próximo vuelo.