Inti Raymi en pleno barrio porteño. El viernes pasado, Niceto Club fue el terreno fértil para la Fiesta del Sol, el ritual ancestral de los pueblos andinos que celebra el solsticio de invierno. Arriba del escenario, Chancha Vía Circuito. Una población joven atravesada por las nuevas tecnologías y la necesidad de continuar una historia, ofreciendo una fusión entre la música popular y la electrónica. Se trata de la apropiación de un ritmo, de un modo de bailar el mundo. Debajo del escenario, el público también reflejaba ese sincretismo: clases sociales diferentes –e incluso distintas generaciones– fueron convocadas.
El show empezó alrededor de las 21 con la música Miriam García, quien construyó un universo y guió a la audiencia hacia lo que vendría después. Acompañada por instrumentos originarios, generó desde una puesta minimalista la atención del público, que comenzó a acercarse al escenario. La artista se presentó con el nombre Telurikósmica y regaló cantos populares con una voz disonante. Hacia el final, se introdujo en la baguala, ese género folklórico del norte, creador de pausas y finales perdidos. El clima ya estaba suspendido en otra tierra.
A las 22, el telón volvió a abrirse y apareció Chancha Vía Circuito. Una de sus fortalezas fue la propuesta estética: crearon un imaginario particular que se disparó desde lo musical hasta lo específicamente ornamental. Pedro Canale, Kaleema (ambos DJs, productores y compositores) y Federico Estévez (percusión) deslumbraron con un vestuario familiar a los atuendos norteños de carnaval, pero con una impronta original realizada por Yanataski. Asimismo, la escenografìa, en manos de Mariela Bond, emulaba un pórtico interminable, “un portal interestelar”, en palabras de Canale (creador de Chancha).
Bajo un manto latinoamericano, los pies abarrotados de humedad del público comenzaron a despegarse del suelo de cemento. Canale le puso un nombre a lo que ya estábamos sintiendo: “La murga de tiempo” fue el despertar del carnaval citadino. La cumbia empezó a mecernos; y ella también, atravesada por la música electrónica, no pudo más que dejarse llevar. No se trató de una conquista, Chancha es puro mestizaje. Los tres músicos en escena interpretaron distintos instrumentos acompañados por un sintetizador. Kaleema avivó el fuego de la danza con su presencia y Estévez espabiló la quietud de los instrumentos con una percusión poderosa. Pedro Canale se adueñó del rejunte.
A través de un recorrido por todos sus discos, ofrecieron temas como “Carioca”,“Nadie lo riega”, “Sueño en Paraguay”, “Jardines” y “Sierra nevada”. Y “ofrecimiento” es la palabra adecuada porque aquello se percibió como un ritual. Éramos una masa atravesando la selva brasileña, perdida en pleno cielo nocturno boliviano o quizás vecinos entregados a un baile callejero de un festín del Conurbano. Antes del final, adelantaron material de su proyecto venidero. El cemento cedió a la transpiración de los cuerpos: lo sólido se había vuelto inasible.
En alguna entrevista, Canale reveló que el nombre Chancha Vìa Circuito guarda relación con una antigua locomotora del sur del Conurbano, locomotora que ya no existe. Después de casi dos horas de show, agradeció por acompañarlos en sus “aventuras musicales”. Por puro contagio, todos habíamos subido a ese tren. Había empezado la fiesta y no ser partícipes hubiera sido infiel.