Los pibes se juntan. Mate, vino, asado de por medio, se juntan a guitarrear, salen algunos temitas propios, algunos covers. Algo se está gestando, de a poco. Tienen sus equipitos, juntan unos mangos para la sala de ensayo, practican una y otra vez hasta que la cosa va queriendo. Amigos de toda la vida, existe entre ellos esa cosa de complicidad, esas ganas de comerse al mundo, de salir a mostrar lo que tienen para ofrecer.
Esos amigos, con un poco más de esfuerzo, consiguen la plata para una fechita. El lugar es chiquito y probablemente no pase las normas mínimas de seguridad, pero no importa. Para ellos es el Luna. Salen a romperla, a dejar la vida en cada letra, cada acorde.
Del otro lado del escenario están ellos. Los otros pibes. Los amigos de toda la vida que vieron nacer a esta banda y les bancan la parada, que poguean, cantan, festejan cada estribillo como si fuera el último. Van a dejar todo abajo del escenario, porque para eso están los amigos. Van a olvidarse de algún pifie, de alguna nota mal puesta, porque eso es parte de la complicidad de estos pibes.
¿Quién no ha vivido esta situación en la adolescencia? A todos alguna vez nos tiene que haber tocado ser uno de estos pibes, los del escenario o los que bancan desde abajo.
Esa sensación me dejo (y me deja cada vez que tengo la oportunidad de verlos) Brancaleone en Lucille. Esa comunión entre la banda y el público, esa frescura adolescente de una banda que está festejando sus 20 años se siente en el primer golpe de bombo del pelado Martín Dufou, que enciende al público, que esperaba con alguna que otra cervecita en mano.
“Esta pensando: el gol más lindo del mundo seguro fue en un potrero, donde más?” canta el Pela y resume el espíritu Branca a la perfección. Ese potrero, esa alma amateur los acompaña hace 2 décadas, esa que les da la libertad de saltar del escenario y mezclarse con la gente, ser uno más. O pasar antes del show con legüero y acordeón en mano para regalarnos una linda versión de “La pena no vale la vida”, en la voz del Negro, el baterista, corista y por momentos showman de la banda
A no confundir. Tener alma amateur no habla de la calidad. Habla de la calidez. Habla de ese calor de fogón, de ese asadito con amigos rasgueando una criolla. Es una cuestión de actitud, de cercanía con la gente.
Brancaleone fue encontrando a través de los años un sonido propio y lo ejecutan cada vez mejor. Una larga lista de amigos/invitados se acercaron a festejar, a cantar, a pasar prácticamente por todos los instrumentos y a enquilombado el escenario en Milonga, el casi final de la noche, con el Pela saltando y cantando entre la gente como un fan mas.
Uno a uno fueron repasando sus 4 discos. Desde No voy a para de buscar, pasando por la siempre conmovedora Meli, Torito y Elander, el Mortal, solo por nombrar algunas, hasta desembocar en el ya clásico, Peine y celofán en mano, con el tema de La armada Brancaleone y el delirio de la gente.
La noche termina, los festejos también, pero queda en el aire una promesa de Dufou promediando el show… Son 20 años, pero van a tener 80 y los vamos a seguir viendo arriba del escenario.