Cuando el país cantó junto antes de romperse
Hubo un verano en el que la Argentina todavía creía —o al menos intentaba creer— que juntarse en una plaza a escuchar canciones podía ser un gesto de unión. Argentina en Vivo 2, en 2001, fue eso: una gira monumental, federal, ambiciosa y profundamente simbólica, que recorrió el país de punta a punta llevando a los artistas más importantes de la música nacional a escenarios donde, muchas veces, nunca habían llegado. No era un festival más. No era una grilla. Era una idea. De esto se trata un nuevo Showsazo de la mano de Sergio Visciglia.
La idea de que el rock, el folklore, el pop y la canción popular podían convivir en un mismo mapa; que Ushuaia y Jujuy podían ser parte de la misma foto; que la música en vivo todavía tenía algo de ceremonia pública. Visto hoy, Argentina en Vivo 2 funciona casi como una cápsula del tiempo: el último gran abrazo colectivo antes del colapso.
Un país como escenario
El ciclo arrancó en enero, en Ushuaia, con Divididos tocando frente al paisaje más austral posible. No fue un gesto marketinero: fue una declaración. La gira se pensó de sur a norte, como si el país pudiera recorrerse con canciones, y cada parada tuvo algo de postal irrepetible. Plazas, anfiteatros, espacios abiertos donde el público no era sólo público: eran vecinos, familias, curiosos, gente que iba a ver qué pasaba.
El espíritu federal no era un slogan. Se respiraba en la mezcla de artistas, en la elección de los lugares, en la transmisión por Canal 7, en la decisión de mostrar no sólo el show sino también el entorno, la ciudad, la gente. La música no llegaba a un vacío: se incrustaba en la vida cotidiana.
Cruces imposibles, climas únicos
Parte de la magia de Argentina en Vivo 2 estuvo en su convivencia estética. En un mismo recorrido podían aparecer Divididos, Fito Páez, León Gieco, Los Pericos, Ratones Paranoicos, Memphis, La Mona Jiménez o Mercedes Sosa. No había una lógica de género estricta, sino una confianza casi ingenua en que la canción argentina, en todas sus formas, podía dialogar.
Algunos cruces hoy parecen imposibles. Otros, directamente, no volvieron a repetirse. Cada show tenía un clima propio, condicionado por el lugar, el clima, el público y el momento personal de cada artista. No había dos noches iguales. Y eso, justamente, es lo que lo volvió inolvidable.
El contexto que lo resignifica todo
2001 no fue un año más. Argentina en Vivo 2 ocurrió en los meses previos a la implosión social, económica y política que marcaría a toda una generación. En ese sentido, la gira quedó atrapada entre dos mundos: uno que todavía apostaba a la celebración colectiva y otro que estaba a punto de estallar.
Escuchar hoy esos registros —las canciones, los discursos, el tono general— tiene algo de melancolía inevitable. No por nostalgia vacía, sino porque ahí quedó registrada una Argentina que todavía se permitía reunirse masivamente sin miedo, sin bronca acumulada, sin el peso de lo que vendría después.
Lo que quedó
Argentina en Vivo 2 no se repitió. No porque no se pudiera organizar, sino porque el contexto cambió para siempre. Quedaron los recuerdos, los registros televisivos, la película documental y la sensación de haber sido parte de algo más grande que un show.
Fue un experimento cultural, una apuesta estatal y artística, un gesto de confianza en la música como lenguaje común. Un showsazo en el sentido más amplio de la palabra: no por el volumen ni la técnica, sino por su significado.
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