La distancia necesaria

Christina Rosenvinge | Sala Caras y Caretas | 27.10.2017

Un puñado de personas se distribuyen en el piso de ajedrez de la Sala Caras y Caretas en San Telmo. Se ven zigzagueando entre las luces tenues que iluminan la pequeña caja de zapatos que es este recinto, justo lo necesario para un recital íntimo de la española Christina Rosenvinge. En su segunda visita a Buenos Aires, cerveza artesanal, personajes curiosos, definitivamente una noche indie porteña.

Miss Rosenvinge entra en escena, de jeans y camisa blanca bien podía ser una más del público que aleatoriamente decidió subir al escenario y maravillarnos con su voz, con un acento notoriamente español saluda con un “buenas noches Buenos Aires”. Los aplausos de las escasas personas se sienten como cientos, y con guitarra en mano empieza con “Alguien tendrá la Culpa” de su último disco “Lo Nuestro”.

De primera Christina enamora, luego hipnotiza, su voz es dulce y triste, esconde sus ojos cerrados detrás de su pelo suelto. Recordamos a Kim Gordon o Beth Gibbons cuando canta “Canción del Eco” creando una atmósfera casi lúgubre pero esperanzadora. Por momentos se vuelve un cuadro de Lynch con el telón rojo de fondo y pocas luces encima, ¿dónde estamos? ¿es realidad o fantasía? ¿O es su voz quien nos transporta a lugares imaginados?,

La noche es un lugar reservado, ella sonríe entre los aplausos y suelta un: yo también tengo un terapeuta argentino. Se muestra vulnerable y nosotros la acompañamos, baja la guitarra para sentarse en las teclas y cantar “La Distancia Adecuada”, tragamos grueso al escuchar “tal vez no debí dejar que jugaras con mi falda”.

Rosenvinge habla de su padre, sus conflictos familiares, la repulsión al flamenco y como la inspiraron a escribir un nuevo tema “Romance de la Plata”. A todos nos llega, féminas en el público improvisan un coro como lamento, tristeza de vida, mágica noche.

“Tu por mi, yo por ti” demuestra una agresiva timidez, que hace catarsis como rabia reprimida que solo sale en el escenario, nosotros somos testigos o tal vez terapia, “Eclipse” “Toc Toc” y “Tu Boca” nos hace pensar que estar en bares tristes es una decisión creativa, así puede mostrarse cerca y que podamos entenderla más que apreciarla.

En un momento de salvajismo desmedido, Christina baja del escenario y se adentra al público. Rodeada por nosotros va seleccionado víctimas cual cazadora que busca coquetear, Se abraza con un chico, luego con una chica que no deja de temblar. Les canta al oído… “qué guapa, qué finura, se desvivirá hasta la locura” susurra en “La Tejedora”.

Christina se despide pero los aplausos la hacen volver, esta vez en solitario complace peticiones con los temas “Líquen” y “Las horas”, haciendo eco de su guitarra, creando un efecto fantasmagórico en Caras y Caretas, justo nombre para un recital tan sincero.

Su banda regresa al escenario, el trío español que la acompaña suena perfecto. Reconocen la intensidad de los momentos de Rosenvinge, y les da el soporte necesario para la noche. Se despide con “1000 pedazos” y “Voy en un coche” y somos nosotros el corazón roto en la habitación, Christina se fue y ahora nos toca lidiar con el despecho.

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