Expresarse para no morir.

Agarrate Catalina || Teatro Gran Rivadavia || Domingo 15 de Octubre.

Fin de semana largo, precisamente domingo, día de la madre, nos acercamos al teatro Gran Rivadavia, a disfrutar de la murga uruguaya Agarrate Catalina. Si nunca pudiste ir a su encuentro, hay algo que te está faltando, es asegurada la diferencia entre escucharlos en tu casa y disfrutarlos en vivo. La gran cantidad de personas colmando las butacas y la gran cantidad de intérpretes arriba del escenario con sus trajes, sus máscaras y sus bombos, dan un marco ideal para sentirse acompañado y en comunión, en una fiesta de teatralidad tan viva que emociona. El público acompaña en todo momento y no tiene vergüenza y aplaude, grita, canta y abuchea a quien le plazca. Hay pinceladas de anarquía, abajo y arriba del escenario.

En su gira despedida, presentan su último trabajo “Un día de Julio” en donde narran la historia de un hombre de 48 años que nunca pisó el mundo, encerrado en su casa,  vive con su madre, una mujer estrafalaria que desea que su hijo salga y se empape de la vida, pero a la vez le inyecta la culpa de que por haber nacido le haya arruinado la vida. Así mismo un estudioso del mundo, un formulador de teorías extravagantes y un obsesivo con la reparación de objetos para frenar el consumo, como muestra de que las reglas del mercado manejan nuestras vidas y el sistema perverso, se abusa de nosotros.

Los catalinas tienen un compromiso con la realidad admirable, y todo teñido de ironía y humor, desde allí disparan sus cañones de risas y llantos, porque el teatro callejero y el candombe se funden y nos hacen palparnos, sentirnos y re-pensarnos, para ver en qué dogma estamos atrapados.

Un día el fuego llega, y todo arde, todo se quema y la casa desaparece, y de ese ardor, nuevas chispas emergen y suceden, algo tiene que cambiar y desplazarnos, como el final, el final en que la murga baja del escenario cantando, agitando y sonando, entre los pasillos del teatro, acompañados por toda la muchedumbre, nuestras siluetas se mezclan y encaran para la vereda. Allí sigue la fiesta, copando toda la calle, porque no hay teatro que encierre el pícaro canto de una murga.

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