Las caídas de los gobiernos de Boris Johnson en Gran Bretaña y de Mario Draghi en Italia hablan de la profundidad de la crisis política, económica y social que caracteriza al escenario internacional actual desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania.
“Hasta la vista, baby”. Así, citando la famosa frase de Arnold Schwarzenegger en Terminator 2, cerraba Boris Johnson su discurso de renuncia al cargo de primer ministro británico el pasado miércoles 20 de julio en la Cámara de los Comunes. Al día siguiente, el jueves 21, se confirmaba la dimisión del primer ministro italiano, Mario Draghi; el 25 de septiembre las y los italianos acudirán a las urnas, elecciones que muestran en la previa una importante fortaleza de la ultraderecha, referenciada en la dirigente Giorgia Meloni del partido Fratelli D’Italia.
Esta doble renuncia ocurrida en dos de los principales países de Europa Occidental es el exponente de una profunda crisis que no solamente es política sino también económica y social, y que por el momento, ha llegado para quedarse. Algunos datos son elocuentes al respecto.
En mayo, un informe de la organización benéfica británica The Food Foundation muestra un aumento del 57% en apenas tres meses en la proporción de hogares que redujeron alimentos o se saltean comidas por completo. Era de esperarse un cuadro semejante, teniendo en cuenta que Gran Bretaña acaba de alcanzar su cifra de inflación interanual más alta en los últimos 40 años, según cifras de la Oficina de Estadísticas Nacionales. Otro tanto para Italia, que registró en mayo la inflación interanual más alta desde 1986, como señaló el Istituto Nazionale di Statistica. Similar es la tendencia en Estados Unidos, y en países de otras regiones, como América Latina, que no suelen tener rebrotes inflacionarios (los casos de Chile, Uruguay o Perú son elocuentes).
“Europa se prepara para las graves consecuencias de una guerra energética”, tituló en un artículo el periodista Juan Carlos de Santos Pascual para Eurovisión el día 9 de julio. Por su parte, el diario The Economist habló de una “catástrofe alimentaria” venidera.
Las causas de lo que está pasando
Para comprender el fondo de lo que está pasando, es inevitable poner el foco en las consecuencias estructurales que está provocando la guerra de Rusia y Ucrania. Se trata de un conflicto bélico como no se veía en Europa desde hace mucho tiempo, debido al involucramiento de las potencias mundiales (a diferencia de lo ocurrido por ejemplo en Yugoslavia o en Chechenia); a su vez, no debe olvidarse que el mundo viene de los estragos de dos años de una pandemia feroz, que se llevó la vida de millones de personas y provocó enormes daños económicos y sociales en incontable cantidad de países. Una pandemia como no había desde 1918, y una guerra como no había desde 1945.
En Alemania, el gobierno de coalición encabezado por el socialdemócrata Olaf Scholz ha instado a la población a racionar el consumo de gas, al que se ha denominado “un bien escaso”. El ministro de Economía, Robert Habeck, afirmó: “Estamos en una crisis del gas”. La escasez de suministro ruso no solamente es un dolor de cabeza para la población alemana, sino también para el funcionamiento del propio entramado industrial del país. Otro tanto ocurre con Francia y su necesidad de uranio ruso para el funcionamiento de sus plantas de energía nuclear. También, muchos países de la Unión Europea dependen en un 80% o más del gas ruso para alimentar su matriz energética.
En el marco de la desesperación que generó el efecto boomerang de las restricciones se pueden entender las distintas medidas intervencionistas adoptadas tanto por el gobierno progresista de coalición en España (liderado por Pedro Sánchez), como por administraciones neoliberales como las de Macron, Draghi y Johnson. Impuestos extraordinarios a empresas energéticas y nacionalización de compañías han sido parte del menú.
El mazo vuelve a mezclarse
¿En qué mundo estamos?, es una pregunta que se vuelve recurrente a la hora de intentar pensar un mundo tan complejo y turbulento como el que actual, atravesado por la enorme gravedad de los acontecimientos. En principio, se puede intuir en qué mundo no estamos: “La era del orden mundial unipolar se terminó”, afirmó Putin en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo el 17 de junio, en un discurso que podría decirse fue de trascendencia histórica por el calibre de esa definición.
En una charla abierta del mes de mayo con Le Monde Diplomatique, el prestigioso analista internacional Juan Gabriel Tokatlian esbozaba la posibilidad de que estemos frente a un “mundo apolar”, en tanto “ningún gran polo puede establecer un principio de legimitidad en su propia área de influencia”. EEUU con serios problemas para organizar la Cumbre de las Américas (y con Biden oscilando entre furcios y bloopers, mientras cae su imagen positiva en las encuestas). China con crecientes conflictos en la zona del denominado Indo-Pacífico. Rusia se encuentra ante una ampliación efectiva del dispositivo de la OTAN, con Suecia y Finlandia esperando por entrar a la alianza luego de romper su histórica tradición de neutralidad.
En un “mundo apolar” incierto e inestable, nadie sabe qué va a pasar. Putin y Zelenski llegaron a un acuerdo para la exportación de granos desde Ucrania, pero un reciente bombardeo ruso al puerto ucraniano de Odessa tensionó seriamente esa instancia.
Hay quienes dicen que la necesidad de evitar un invierno boreal calamitoso por parte de los líderes europeos puede encauzar el escenario hacia algún tipo de cese de hostilidades. No obstante, las posibilidades de una prolongación e incluso hasta de un agravamiento del conflicto bélico no pueden descartarse; hicieron mucho ruido en ese sentido las palabras de hace un mes del nuevo jefe del Ejército británico, Patrick Sanders, quien el 21 de junio le dijo a sus tropas: “Prepárense para luchar en Europa”.
Si bien EEUU ganó influencia por sobre la Unión Europea (en relación a la OTAN y a la vez en términos monetarios, con la caída histórica del valor del euro hasta equiparar al dólar), también Rusia ha acentuado su acercamiento con China, con Irán y con Turquía, y lejos está de haber sido destruida económica y financieramente -misión que se habían propuesto Biden y sus aliados-. Al contrario, tiene en sus manos la posibilidad de bajarle la palanca del gas a sus detractores europeos, ante un invierno que se avecina inquietante.