La Renga, Estadio Atlanta, 28 de noviembre de 1998.
El disco «Despedazado por mil partes» atrajo a toda una generación de jóvenes a conocer el sonido de La Renga. En mi caso, no curtía para nada esa música, mis padres no eran de la cultura rock, por lo tanto desde casa no se me inoculaba ese estilo musical. «La balada del diablo y la muerte» fue ese fruto prohibido (LUJURIA) que me abrió el mundo ese lleno de «borrachos y drogones», como decían nuestros progenitores.
Un amigo de la secundaria ya tenía su entrada y me dijo que me sume con él sin problemas, y así fue como fui en busca de mi ticket a algún local de Locuras, ya extinto. En esas épocas el service charge no se había escuchado nunca aún, lo que significaba un alivio para el bolsillo de un estudiante adolescente (AVARICIA).
Días antes, en mi casa me preguntaban adonde iba con tanto entusiasmo y porque me embarcaba en una aventura tan peligrosa de ir a ver un concierto de una banda de rock en una cancha de fútbol. Uno sacaba pecho y decía que no pasa nada, que uno era responsable y no iba a ser salpicado por ningún incidente ni problema que puedan ocasionar o generar otros asistentes al show (SOBERBIA). La historia de los conciertos de la banda de Chizzo, Tete y Tanque dejó de lado este prejuicio con tantas historias de las buenas y de las malas que uno vivió.
Llegué temprano para encontrar un buen lugar para mí y poder mirar el recital de la mejor manera posible. Por ser la primera vez, no me animaba a ese campo que horas después iba a arder al son de la presentación del disco de la estrella. No quería que nadie se me acercara, para que no me tape o me entorpezca la visión de mi primer concierto de rock (GULA).
Una vez que se apagan las luces, suena «Tripa y corazón» y el estadio, aún de madera, comienza a moverse de un lado al otro. Las pulsaciones subían canción a canción, pero siendo sincero había momentos que uno no sabía que hacer con tanta energía en un lugar en el que no se podía hacer tanto pogo. Ahora aparecía una sensación (ENVIDIA) fea hacia lo que estaban en las primeras filas viendo a la banda desde cerca y saltando hasta el último momento de la noche.
Los recuerdos, en su mayoría, son borrosos, poco claros, pero gratos. A partir de esa noche el amor fue incondicional con algún enojo en el medio (IRA) pero que la música curó con el correr del tiempo. A partir de esa noche son casi 22 años de acompañar a esta banda a distintos lugares de nuestro país. La gente que no entiende de pasiones y fanatismos quedará lejos en algún momento de este texto, pero los que sí quizás se sientan un poco más acompañados y acompañadas.
Habían pasado más de dos horas de canciones y seguía todo en su lugar, el estadio parecía un escenario de posguerra con mucha gente en el suelo exhausta y una masa de público con pocas ganas de irse de un lugar (PEREZA), en el cual la había pasado tan bien.
A modo de recuerdo comparto lo que decía algún diario en ese tiempo después de tremendos conciertos de La Renga. Al otro año, la banda de Mataderos pasaba a tocar en Platense, finalmente fue en Huracán porque desde esa época ya empezaban las prohibiciones.