Juana Molina en Art Media: Ritual sonoro de la fobia al viernes 13

Es viernes 13 (de diciembre) y Juana nos convoca a una presentación única que lleva por nombre Friggatriscaidecafobia en el Complejo Art Media.

El complejo se me hace un gran garaje oscuro revestido con las proyecciones que se agitan al sonar de una melodía pulsante. Me baña la luz estrobo mientras disfruto de la espera. Cuando las luces bajan completamente, Juana sale junto a Odín Schwartz y Pablo González a un escenario coronado con tres móviles gigantes que bien podrían ser tres medusas en forma de porras, hechas de tiras de plástico alveolar (el de las burbujitas), que puedo spoilear que se iluminarán dependiendo del estado de ánimo de cada tema. 

Un día punk, la versión del EP Forfun¸ abre la lista y la noche estalla de entrada, con saltitos del público a corto -cortísimo- tempo. Sigue Eras y un shaker acompaña el estribo desde abajo del escenario. Veo como alguien emprende la compleja tarea de contar los tiempos asimétricos de este tema. Cuando empieza a sonar Estalacticas, luces blancas, duras, apuñalan a las medusas como rayos en una tormenta eléctrica. Es el turno de Halo, su último disco de 2017, del que nos despedimos esta noche. Sigue Cara de espejo, también de este álbum, para luego entrar en el trance que proponen WED 21 y Lo decidí yo. 

Las medusas se ponen al rojo vivo cuando suena Sin dones. Baja el tempo y los cuerpos de les que bailamos serpentean como embrujados. Alguien grita “Juana Presidente!” Y la V con los dedos es antesala de una versión del himno en la que Juana canta “Todxs queremos el bien y nadie quiere el mal”. Seguimos con el deep con In the lassa y sus sonidos industriales que se repiten y encadenan, bien enmarcados por el porte industrial del espacio. 

La cantante desaparece del escenario como haciendo pases de magia y todo queda a oscuras un momento. Rápidamente veo su figura elevada del nivel del suelo, vestida con enaguas y gorgueras plásticas, avanzando en un mar de cuellos erguidos. Sobre una tarima móvil, Juana artificia un universo en delay. Flota entre nuestras cabezas lúgubres e interpreta Lentísimo y Cálculos y oráculos, iluminada de a ratos por las estrellas que estallan desde las bolas de espejos.

Después de pasearse elípticamente entre el público, Juana regresa pero a un segundo escenario (montado más arriba que el anterior) ambientado como una pequeña habitación que recrea la intimidad de un cuarto propio. Un fantasma se desliza de una bambalina a la otra y juega a las escondidas, mientras ella interpreta, solamente con una guitarra, No es tan cierto  y Un beso llega. 

Cuando llega el momento de Paraguaya, tres luces parpadean al tempo de la intro. El vapor materializa los haces de luz que bailan, igual que todxs nosotrxs, mientras les tres regresan al escenario principal. La voz de Juana prepara la poción de luna llena que todxs bebemos con los oídos. El tema se acelera gradualmente. Más, de a poco, y un poco más, hasta convertirse en la versión punk del EP Forfun. Se pica el viernes 13.

Para hacer La rata, Juana invoca a Lula Bertoldi estirando las vocales de su nombre, encriptándolas en aullidos fantasmagóricos. “Luuuuuulaaaaaaa” se suma en primera guitarra y voz, agitándola con un solo hacia el final que nos pega fuerte en el pecho. Para Ay, no se ofendan, un susurro en loop sirve de base mientras Odín martilla una consola con el dedo índice. Juana toca un platillo. La noche se convierte en una rave, que Ferocísimo transforma en un punk que nos hace poguear con saltitos en el lugar. A su término, Juana agradece a sus músicos y aprovecha para mencionar a Ale Ros por la puesta escenográfica, a Julio Suarez por el vestuario y a todes les que trabajaron para que Friggatriscaidecafobia pueda llevarse a cabo. 

Para hacer Bicho Auto las medusas son verde esmeralda, despegándose del escenario iluminado de azul. Juana silba, submarina, y su cortina de pelo azulado le cubre la cara. Sigue la versión de estudio de Un día y Juana baila con Odin coreografías inventadas, a la vez que el trance colectivo se vuelve hardcore, de bailes duros, de metal.

Cuando termina el bloque, les tres abandonan el escenario saltando como conejos. Pedimos más, y la cantante vuelve corriendo de una punta del escenario hasta la otra. Haciendo las veces de brújula que busca el norte, que no se decide por cuál extremo optar, termina en el centro, donde el mic y nosotres. Antes de interpretar Cosoco, nos dice que: “nos van a matar las empresas de plástico, deberíamos pedir por eso en change.org, que piden cualquier cosa”, a propósito también sobre el vestuario y la escenografía, todo realizado con plásticos reciclados. Le gritan “LA ROMPISTE”.

Internamente me digo “y si”. Ella hace una pose y cierra el setlist con Sin guía no, tema final de una noche que nos hechiza, a la vez que propone una reflexión sobre el embrujo cotidiano del consumo desmedido.

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