Si hay algo que puede cambiar el mal trago de una semana de rutina y estrés, es un viernes con música. Con un olorcito a Enero, tanto que hasta el clima empieza a ceder; el imponente Luna Park nos roba un poco el aliento y nos desafía a encontrar alguna silla vacía entre tanta gente. Son pocas, el predio está repleto y no sólo de locales, hay personas de toda latinoamérica presentes.
Luego de las reiteradas “sirenas” que indican que el show comenzará en unos minutos, se apaga la pantalla que muestra el contrato que nos recuerda que este espectáculo quedará en la historia de la banda, porque está siendo grabado en vivo.
21:21 hs. el público queda a oscuras y el escenario se enciende radiante, recibiendo a todos y todas las integrantes de la banda; que vestidos de blanco acompañan la pureza cegadora de las luces. Así como las horas y los minutos coinciden de manera mágica; coincidir esta noche, en esta ciudad, con Natiruts después de estos años, también es un hecho fascinante.
Sobre el escenario cuelgan más de quince cajones blancos con unos pictogramas tribales proyectados en negro que hipnotizan subiendo y bajando al ritmo de la música. En el escenario son trece almas vibrando, entre ellas: tres coristas de túnicas blancas, inmensas e iluminadas, sacuden sus afros de manera enérgica.
Alexandre Carlo, el cantante, pide vibra positiva y palmas por la paz en un portuñol tierno que mejora con cada visita y nos sorprende con el clásico “Quero Ser Feliz Também”. Las caras del público se iluminan llenas de amor y, como siempre, recuerda todo el sufrimiento que hay en el mundo; invitándonos a llenar de intenciones positivas nuestras manos que se agitan en el aire.
Al ritmo de “I Love”, de su último disco, dos amigos caminan aplaudiendo hasta abrazarse en un encuentro que los deja bailando enlazados y riendo. Natiruts une a las personas y con cada canción se hace más difícil permanecer sentados. El baterista, Luca Pimentel, complementa dulcemente las colaboraciones que la banda Morgan Heritage grabó en la canción de estudio.
En las percusiones: Denny Conceição, desde Bahía, revoluciona sus instrumentos de manera descomunal con sus dedos vendados y nos sacude para todos lados, haciéndonos golpear nuestras panzas al ritmo de sus timbales. “Presente de um Beija-Flor”, una canción que lleva 20 años traspasando generaciones, se corea pensando en la sanación del Amazonas y “Serei Luz” junto a “Bem pra Longe” pintan el escenario de un naranja fuego brillante.
Luís Maurício enfrenta su bajo con la guitarra de Alexander debajo de una ráfaga de luz roja, y comienzan “Iluminar”; acompañados por las mujeres de Natiruts que se apoderan del centro del escenario. Destacables son los solos de cada instrumento, pero Kiko Peres en la guitarra eléctrica se luce extraordinariamente.
Llegando al final de la velada, suenan los clásicos “Glamour Tropical”, “Espero que um Dia”, “Deixa o Menino Jogar», “Meu Reggae é Roots”, “Andei Só”, “Em Paz” y “Liberdade pra Dentro da Cabeça” mientras nuestros brazos se mecen como olas del Atlántico. Con “No Mar”, el ritmo se empieza a acelerar en un candombe furioso que nos pone a todos a sambar. El meneo de izquierda a derecha que hace nuestro cuerpo como dibujando un símbolo de infinito en el piso, quizá sea una metáfora de que las noches así se sienten eternas.
Siempre es lindo recordar las raíces, por eso la versión de “Garota de Ipanema” que llega para homenajear al recientemente fallecido João Gilberto nos emociona mucho a todos, haciendo que las parejitas de ‘namorados’ se acunen suavemente al son del bossa.
Para cerrar, Joâo Ferreira acaricia su guitarra como un lamento para introducir “Sorri, Sou Rei” que acompañan sorprendentemente las chicas de Perotá Chingó junto a la banda que se despide alegremente de esta velada.
Este viernes supo encontrar los artilugios para conquistarnos y nos preparó una noche de reggae, de energía positiva, de cánticos en portugués, tal vez verdaderos, tal vez inventados pero por una noche, el asfalto de capital federal se llenó de arena y de olor a mar.