La Mississippi en el Teatro Opera Orbis: “Un trago de blues para ver mejor”

La cita es en plena calle Corrientes, en tierras de moscato de pizza y de fainá, con un invierno casi recién estrenado pero que igual nos cede una noche de sábado fría, plomiza y lloviznosa.

Entre una marea de luces, marquesinas y barullo, hoy le toca a esta banda nacida en Florencio Varela librar una nueva batalla.  ¿Contra quién? ¿Contra Netflix, el delivery y una buena cucharita en el mejor de los casos? Puede ser, pero también contra un enemigo más añejo y peligroso: una lucha contra quedarse guardado y guardarse, una lucha que bluseros ancestrales han librado también desde tiempos inmemoriales. 

Y será que mientras más gris está la cosa, más necesitamos que la música transite nuestras venas y nos encienda el alma. Así llegamos algunos de los presentes a este esperado encuentro con el rocanrol, y así nos reciben Ricardo Tapia y el resto de la banda: con Niño bien, Celda gris y Matadero, canciones oriundas de sus primeros trabajos discográficos.

Después de Mi capital y San Cayetano, que “nunca sale de la lista, y menos ahora que no hay un puto peso” ilustra Tapia, llega el momento del primer homenaje de la noche (sí, así le llamo yo a los covers): Cementerio club, que a veces nos olvidamos también es un blues y de esos que se escurren adentro de los huesos, siendo la primera de las interpretaciones del flaco que tendremos.

Continúan Tarde para hablar de amor y Cuando vos no estás, seguidilla proveniente de lo mejor del álbum Criollo antes de pasar por Búfalo.

Ya a esta altura queda en evidencia que un blues no siempre tiene que ser amargo, pero igual si la guitarra distorsiona y la garganta carraspea parece que se le mete a uno debajo de la piel y levanta los pelos al unísono sin siquiera pedir permiso.

¿Y cómo podría ser de otra manera? si los que están arriba del escenario parecen comandados ineludiblemente a recorrer nota por nota y acorde por acorde sin escatimar absolutamente en nada. A gritar todo, duela o truene…lo malo y lo bueno mucho más.

Por eso cada vez que nos piden palmas, codos o lo que haya es que nos unimos en un improvisado pero solemne coro digno del clásico del domingo o de cualquier tribuna donde haya pasión.

Es momento de otra versión del flaco, esta vez Post-crucifixión; seguida de El detalle y así va subiendo el calor en la sala. Así también los seguimos acompañando mientras se empieza a acercar el principio del final, que entonces parecía impensado.

Sin embargo pasa Mala transa, pasa Blues del equipaje, y llega la hora de Café Madrid: su primer gran éxito que ya tiene 25 años, que me hizo conocerlos hace casi 20, y hoy 14 álbumes después sigue sonando a todo trapo para dibujarnos ese santuario sobre la calle Cerrito en una forma tan colorida que lo podemos vivenciar desde nuestras butacas; las cuales, dicho sea de paso, ya están al borde de encontrarse obsoletas.

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Va a haber tiempo para algunos homenajes más antes de los bises que nos despedirán de este encuentro: primero Mejor no hablar de ciertas cosas (que se reconoce desde las primeras vibraciones de bajo, de guitarra y de batería hasta por el oyente más distraído) y después Sucio y desprolijo, ambos vitoreados enérgicamente por la concurrencia.

Ahora no queda un alma que no esté de pie, que no aplauda o agite los brazos, que no canturree con una sonrisa; y así llega el final de la mano de la inoxidable Un trago para ver mejor.

Pero los últimos acordes estarán a cargo de un clásico de Riff, porque terminó sonando No obstante lo cual y luego de la última tanda de aplausos ya no nos queda casi opción que volver por donde vinimos.

A lo sumo haciendo una breve escala técnica para disfrutar del orgulloso cliché de una porción o dos de muza siempre de dorapa, una copita de moscato y un cigarro.

Todavía quedan fragmentos de gotas en el viento, siguen cayendo en la ropa sin casi convicción de mojar y ahora sí hay que volver a casa…pero por lo menos silbando un trago de blues, que si no fuera por un trago podría ser peor.

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