La Vela Puerca en Teatro Flores
A menudo solemos apropiarnos de bandas y artistas extranjeros. Nos encanta afirmar que Los Ramones son argentinos, que Eddie Vedder nos ama más que a su familia, o que Mick Jagger está tramitando su jubilación en la ANSES. Todo esto puede tener algo de real, pero más que nada responde a un deseo nuestro. Pero las cosas son diferentes cuando hablamos de La Vela Puerca. La banda uruguaya se encargó año tras año (20, para ser más exactos) de echar tierra sobre el Río de La Plata, hasta borrar esa frontera líquida que nos separa, para cruzarla caminando, con paso tranquilo y termo bajo el brazo, para sentirse como en su propia casa. O tal vez somos nosotros, los que a fuerza de dos décadas de rock ska de fuerza arrolladora y ritmos precisos terminamos sintiéndonos un poco más uruguayos, olvidándonos de las fronteras y aceptando que, tal vez, Gardel si haya nacido en Tacuarembó.
La banda liderada por Sebastián Teysera y Sebastián Cabreiro llega, ya casi despidiendo su festejo de cumpleaños, y luego de llenar dos Auditorios Oeste y dos Auditorio Sur, a agotar entradas en las tres fechas programadas para el Teatro de Flores. El frío otoñal nos dio un descanso para que el jueves a la noche la previa se armara con cervezas y hamburguesas sobre la avenida Rivadavia, amenizando la espera de un show pautado para las 9 de la noche. Adentro del teatro, el ambiente se va calentando de a poquito, mezclándose generaciones de los primeros y los últimos años de La Vela.
Para las 9, ya todos los que estaban afuera habían entrado y el teatro entero calmaba sus ansias cantando los dos hits inevitables. Uno, el histórico (el “vamos La Vela de mi corazón”), el otro, el del verano (ese que saluda a la madre del presidente).
Finalmente, luego de 20 minutos de espera, la banda sale al escenario. Quienes todavía mantienen en su cabeza el estereotipo de uruguayo, de un andar cansino y hablar pausado, es porque nunca vieron a La Vela Puerca en vivo. Desde el minuto uno nos vuelan la cabeza con pura potencia, sin parar, tema tras tema durante una hora entera. Y sin una sola fisura. Porque la banda funciona como un reloj suizo. Esto se deba, probablemente, a que durante 20 años, casi no han sufrido modificaciones en su formación. Se conocen, se entienden, tienen bien ensayados cada nota, cada movimiento, lo que da como resultado un show compacto y preciso.
Durante la hora y media de recital, no faltó nada. Temas nuevos para los de la última generación, clásicos de la primera época para los históricos. Desde “Cancion para uno” hasta “Pedro”, La Vela se encargó de dejarnos a todos contentos, y a la espera de un nuevo disco que ya se está preparando.
Nos vamos de Flores confundidos, sin entender si ellos son argentinos o si nosotros somos uruguayos. Es que durante un recital de La Vela, no hay fronteras, ni ríos, ni regiones que nos separen. Solo nos une la bandera del rock, y esa no entiende de países.