La ceremonia de Bunbury

Un torbellino de momentos y pensamientos, recuerdos y sentimientos. De octubre a diciembre todo el tiempo para escuchar y diseccionar las “Expectativas” de Enrique Bunbury, nueve discos después y tenemos la actitud correcta y le sobra ese “no se qué” (lo único que importa) mientras escribimos esta reseña y tanteamos un whisky on the rocks, sentamos y damos play.

El tiempo no pasa en vano y la fuerza sigue en pie, con golpes a la cara “La Ceremonia de la Confusión” nos recibe, ese Enrique agresivo y retador nos recuerda aquella bienvenida al Club de Los Imposibles, un poco más maduro y directo a nuestros oídos en stereo, más sintetizadores y redobles intensos, un paradigma de entrada cruda, nada cambió para el aragonés pero todo cambia para nosotros.

Si hay un rock vivo en este mundo descompuesto, es todo de Bunbury, alejado del cabaret y el coqueteo latino, Expectativas es un invento de melodía justa y necesaria, tiene fuerza, a veces oscura y a veces la que brilla, política y sin máscaras, “La Actitud Correcta” es crescendo stoner de emociones que en vivo debe ser canto de pueblo entre sudor y desgaste.

“Cuna de Caín” es dark y triste en velocidad, de letras guerreras en base electrónica, hacernos daño es parte de la cultura bunburesca, se siente necesario para el fanático el dolor al que nos lleva y las consecuencias que se cumplen.

Nos sentimos derrotados con “Bandeja Plata” y la depresión aceptada nos hace servirnos otro whisky, encender un cigarrillo y prestar atención a las señales enviadas por el aragonés, ninguna metáfora cabe cuando te cantan la verdad en la cara: “Perderemos el tiempo intentando curar, invirtiendo millones en pastillas que no salven a nadie” nos prepara para “Parecemos Tontos”, engañados por dirigentes (sin importar el brazo con el que nos roban) es un grito lento y clásico instantáneo, de tristeza desbordada y aceptación final.

Con “Lugares Comunes, Frases hechas” volvemos a la zona de confort acostumbrada del español, es la misma opinión bien dirigida, la fricción conocida que amamos en un grito de cancha al otro lado del océano, tan fuerte que llega y nos envuelve, luego, un Bowie ala Blackstar resucitado en “Al Filo de un Cuchillo” nuestra favorita del álbum, para un repeat infinito.

Conocemos el camino, pagamos el precio mirando al costado y con ojos cerrados nos dejamos pertenecer al lugar que nos lleva Bunbury, uno literario con el Melville “Bartleby (Mis Dominios)” o al bluesero de “Mi Libertad”, nos sentimos carnívoros, comiendo carne cruda ensangrentando las mejillas, “Preferir ser un animal, y un anarquista pragmático accidentalmente a propósito”, nada de lo que escuchamos es casual, todo es de Enrique (diga lo que diga).

Rompemos en llanto con “La Constante”, ese Bunbury que vuelve al bar mexicano, de mala muerte y peor recuperación, romanticismo desesperanzador, ese que duele pero sana al recordar, con intervalos instrumentales de “Los Santos Inocentes”, banda madurada y acoplada a la perfección.

“Supongo” cierra, a un maquiavélico final de cuento, para dejarnos perdidos en la oscuridad donde el Bunbury más trágico nos hace dudar, si todo lo suponemos  entonces nada es seguro y estático, en nada confiamos, y ni nosotros mismos podremos levantar nuestras inseguridades, entonces ¿qué esperamos?

Llenos de contradicciones elegantes Bunbury cumple, nos recuerda que es el más grande letrista de nuestra época, ecléctico se lanza al hombro a una generación derrotista y agresiva, cansada de las mentiras de los superiores, Enrique es negativo necesario, es canción protesta con vuelta de tuerca visceral, sin entrar en el cliché obvio del nombre del disco, estamos satisfechos, cuando solo faltan dos meses para cumplirnos a las puertas del Luna Park, fecha en que Enrique regresa religiosamente a Buenos Aires, seremos abanico de pantomimas, feroces y violentas.

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