La música tiende a ser una materia inestable en constante adaptación y crecimiento, que puede quebrarse y desintegrarse, o bien fortalecerse e ir ganando masa.
Hay algunos ingredientes en cualquier receta que son irremplazables, buenas letras y sonidos pegadizos. Octafonic no es una muestra fiel de eso, ya que desde su concepción y su excelsa formación teórica, sus integrantes son todos bastante diferentes, con tintes de jazz, rock, orquesta, entre otros géneros, sin embargo tienen en común el mas importante, una identidad que no se pierde nunca.
“Mini Buda”, en su presentación en Vorterix, fue una alternancia de canciones con su antecesor “Monster”, la gente, que vino expectante a ver lo que durante meses preparó esta banda en ascenso, se fue con una sonrisa dibujada, y con ganas de seguir viendo madurar más las nuevas composiciones.
Tan raro es OCTAFONIC, que tenes momentos que te quedas quieto escuchando melodías de una orquesta aceitada y con rodaje y otros que haces pogo con riffs furiosos de parte del mas rockero de la banda, hablamos de Hernán Rupolo.
Durante el transcurso del concierto hubo tiempo de escuchar a cada integrante hacer su parte solista, desde los bajos, pasando por la guitarra, los vientos y la batería. Ya de por si la voz metálica del líder Nicolás Sorín es digna de un párrafo aparte.
Para el final de la noche se suma Lula Bertoldi, de invitada, para los gritos furiosos en “Slow Down”, lo cual enaltece más una luna importantísima para una banda que necesitaba aires nuevos en su set, y que busca un poco más que la media.
Mucho ya se viene diciendo de que OCTAFONIC es una banda de exportación, que debe emprender rumbo internacional, y asi debe ser, no es bueno ser egoísta en este tipo de situaciones.